martes, 13 de diciembre de 2011

La herencia de Bolívar



Dos testamentos dicta el Libertador en San Pedro Alejandrino diez días antes de morir el 17 de diciembre de 1830. En el civil, declara que “no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa, situadas en la provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre mis papeles (…)”. En el político, refiriéndose a la Gran Colombia, declara ante la posteridad: “Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión; los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del Santuario, dirigiendo sus oraciones al cielo, y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. Colombianos: Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos, y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro"  (Lecuna, T. 3. 1947: 823-824). No hay más posteridad que la obra. Por ella vivimos y sobrevivimos. Para saber cuán presente está Bolívar, basta verificar cómo perdura su obra perdura. Para apreciar cuán vivos estamos, debemos valorar cómo acrecentamos su legado. Recapitulémoslo.

EMANCIPACIÓN.- Desde el juramento en el Aventino en 1808 y su primer discurso público ante la Sociedad Patriótica en 1810 hasta su proclama final en 1830, la emancipación es la meta de los sentimientos, las ideas, las acciones del Libertador. A ella sacrifica bienes, familia, amistades, salud. Nos deja la plena emancipación política. Nos lega la tarea de perfeccionar la social, la económica, la estratégica, la cultural. Bolívar tiene todavía que hacer en América, dijo Martí. Pero sólo puede cumplirlo mediante sus herederos. Nuestra emancipación se llama hoy en día antiimperialismo. El Imperio ya no es España, sino Estados Unidos.

SOBERANÍA POPULAR.- Bolívar comparte con Rousseau la convicción de que la soberanía reside en el pueblo,  de que éste no puede en forma alguna cederla ni enajenarla de la misma manera que no puede darse en esclavitud a otro, pues la locura no crea derechos. De la soberanía popular emana todo poder, y ésta es máxima que Bolívar sistemáticamente reconoce en proclamas y decretos. Al reafirmarse las fuerzas patriotas en Guayana, el  15 de febrero de 1819 abre su discurso ante el Congreso de Angostura en los siguientes términos: “Señor: ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado 1a soberanía nacional, para que ejerza su voluntad absoluta!” Por consiguiente tales poderes, el de legislar, el de aplicar las leyes, el de juzgar controversias, no pueden ser enajenados ni cedidos a potencias, tribunales ni árbitros extranjeros. Enajenar soberanía es traicionar al pueblo en su absoluta voluntad, y la traición no crea derechos.

REPÚBLICA.- En tiempos de la Independencia inquietó a algunos próceres la tentación monárquica. Se independizó Brasil coronando a Dom Pedro I. El mexicano Iturbide se hizo nombrar Emperador. San Martín consideró  alguna vez la idea  de traer testas coronadas europeas a reinar en América. Bolívar rechazó categóricamente tales proyectos. Aparte de que violaban el ideario republicano, temió que la introducción de príncipes europeos importara en América las rencillas dinásticas del Viejo Mundo.  También en el Discurso de Angostura, proclama Bolívar de una vez por todas:  “El gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios” (Blanco Fombona: 67-70). Numerosas intrigas se urden para tentar a Bolívar con una corona: siempre la rechaza categóricamente, sea la distinción propuesta real o simbólica. Apenas le es conferido el honorífico título de Libertador el 14 de octubre de 1813 por el Cabildo Municipal de Caracas, de una vez y para siempre lo proclama “título más glorioso y satisfactorio  para mí que el cetro de todos los imperios de la tierra”. Y un año antes de morir, desde Popayán, el 6 de diciembre de 1829 manifiesta a Antonio Leocadio Guzmán: "No son pocos los que me han hablado de un sistema monárquico y en diferentes épocas, pero siempre he dicho lo que pienso en tal asunto. La nación puede darse la forma que quiera, los pueblos han sido invitados de mil modos a expresar su voluntad y ella debe ser la única guía en las deliberaciones del congreso; pero persuádase Ud. y que se persuada todo el mundo que yo no seré el rey de Colombia ni por un extraordinario evento, ni me haré acreedor a que la posteridad me despoje del título de Libertador que me dieron mis conciudadanos y que halaga toda mi ambición" (Lecuna, T. 3. 1947: 379). Deslegitimadas por la voluntad popular y el ridículo las coronas políticas, en América se yerguen los tronos hereditarios y absolutos  de la plutocracia y del capital. Nuestra República de hoy es el socialismo.

DEMOCRACIA.- Democracia es gobierno de la mayoría, pero las incipientes Repúblicas, comenzando por Estados Unidos, siguiendo con Francia y luego con Venezuela en su Constitución de  1811, condicionan el derecho de elegir y ser elegido a la posesión de cierta renta o cantidad de bienes. Son Leyes Fundamentales que bajo el estandarte de la igualdad republicana preservan de hecho la desigualdad oligárquica. Apenas la constitución jacobina de 1793 y el proyecto de Constitución que propone Bolívar en 1826 para Bolivia dejan atrás estas rémoras. En esta última se requiere apenas que el votante sepa leer y escribir, o que ejerza una profesión: “No se exigen sino capacidades, ni se necesita de poseer bienes, para representar la augusta función del Soberano; mas debe saber escribir sus votaciones, firmar su nombre, y leer las leyes. Ha de profesar una ciencia, o un arte que le asegure un alimento honesto. No se le ponen otras exclusiones que las del crimen, de la ociosidad y de la ignorancia absoluta. Saber y honradez, no dinero, es lo que requiere el ejercicio del Poder Público”(Discurso al Congreso Constituyente de Bolivia, Lima, 25 de mayo de 1826). Durante más de medio siglo, sin embargo, seguirán los requisitos económicos  para el sufragio impidiendo expresarse a la voluntad popular.  Nuestra democracia de hoy, además de política, ha de ser social y económica.

LIBERACIÓN DE LOS ESCLAVOS Y DE LOS INDÍGENAS.- Bolívar libera sus propios esclavos desde 1814, a condición de que se incorporen a las filas patriotas. En 1816 promete la libertad de los esclavos a Alexander Petion, y ya el 27 de junio de ese año expresa desde Carúpano que “he proclamado la libertad absoluta de los esclavos”. Y el 6 de julio, desde la villa de Ocumare, reitera: “Esa porción desgraciada de nuestros hermanos que ha gemido bajo las miserias de la esclavitud ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación  de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos” (Blanco Fombona, 2007:199). El 11 de marzo de 1818, un día después de la toma de Villa de Cura, expide un bando en el cual dispone que: "Abolida la esclavitud en Venezuela todos los hombres que antes eran esclavos se presentarán al servicio para defender su libertad”. Desde la instalación del Congreso de Angostura, solicita y obtiene de todos los cuerpos constituyentes que ratifiquen la medida.

En cuanto a los indígenas, el 20 de mayo de 1820 promulga  desde la villa del Rosario de Cúcuta decreto en el cual ordena devolver a los indígenas las tierras de los resguardos y les otorga instrucción primaria gratuita y obligaria. El 4 de julio de 1825 decreta en Cuzco la eliminación del servicio personal exigido mediante mitas faenas, séptimas, mita y pongueaje,  y dispone que cada indígena, de cualquiera sexo o edad que sea, recibirá un topo de tierra en los lugares pingües y regados, y en los lugares privados de riego y estériles,  dos topos. La propiedad del subsuelo de tales tierras y de los recursos sigue perteneciendo en forma inalienable a la Nación. Las dos categorías de seres más atropelladas por el sistema colonial adquieren así el derecho a integrarse  en la medida de sus deseos a la indivisible comunidad de la República. Para ese entonces el capital consolida una nueva forma de esclavitud y servidumbre, el salariado. La liberación a cumplir  hoy en día es la de los trabajadores. 

NACIONALIZACIÓN.- Bolívar efectúa en el territorio de las repúblicas liberadas  las dos mayores nacionalizaciones que registra nuestra historia, y en ambos casos de los dos recursos más decisivos para la economía de la época y de la actual. El 3 de septiembre de 1817 desde Guayana promulga Decreto sobre Secuestro y Confiscación de Bienes de los Españoles y sus partidarios, que abarcan la mayor parte de la propiedad territorial de la época. Ya el 17 de septiembre de 1825 escribe desde La Paz al vicepresidente Santander: "Yo he decretado aquí que todas las minas perdidas y abandonadas pertenecen de hecho al gobierno para pagar la deuda nacional”. Luego expide  decreto  en Quito el 24 de octubre de  1829, para normar  la minería en la Gran Colombia, en el cual pauta que “Las minas de cualquier clase corresponden a la República”. Tales nacionalizaciones proceden mediante confiscación, vale decir, mediante apropiación revolucionaria y sin indemnización de los bienes afectados. La  de las tierras tiene por objeto su inmediata redistribución social entre quienes han luchado por la independencia, de acuerdo con su grado y sus servicios, reparto que prevé la posible explotación por comunidades o sociedades. De haberse cumplido según lo previsto, hubiera culminado en la más amplia Reforma Agraria jamás llevada a cabo en América Latina. La hicieron fracasar administradores mal intencionados, que en lugar de tierras repartieron bonos transferibles, los cuales al poco tiempo los necesitados patriotas vendieron por menos del cinco por ciento de su valor a favor de usureros y de la nueva oligarquía de oficiales republicanos. En cuanto al subsuelo, hasta hoy permanece como propiedad indivisa e inalienable de nuestras Repúblicas, que sólo puede ser cedida temporalmente mediante concesión soberana. La herencia de Bolívar comprende la soberana e inajenable potestad del pueblo sobre suelo y subsuelo. Este principio sólo se honra aplicándolo.

INTEGRACIÓN.- Desde su primera intervención pública, Bolívar piensa en la independencia como obra continental. “Pongamos sin temor la  piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos” expresa en el discurso ante la Sociedad Patriótica en 1810 (Pérez Vila: 8). La libertad, bien lo ha dicho, es suramericana: quiere  emancipación continental, no  del municipio ni  de la parroquia. “Para nosotros la patria es la América; nuestros enemigos los españoles; nuestra enseña la independencia y libertad”, proclama el 12 de noviembre de 1814 en Pamplona (Blanco Fombona: 54). “Yo no: yo no quiero gobiernitos: estoy resuelto a morir entre las ruinas de Colombia peleando por su ley fundamental y por la unidad absoluta”, escribe desde Pasto el 8 de enero de 1823 a Santander (Guzmán, T.I :351).  Sin la menor vacilación extiende la acción libertadora sobre lo que hoy son Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia. En 1826 proyecta independizar Cuba y Puerto Rico. El mismo año convoca el Congreso de Panamá, para unir en confederación perpetua las repúblicas americanas. Por la ruta de la Historia va Bolívar borrando fronteras políticas y estrechando lazos americanos. Para grandes hombres sólo hay Patrias Grandes.

NATURALEZA.- La patria es el pueblo, pero también el ámbito donde éste habita. Amante de la naturaleza por su infancia en San Mateo y por la educación que le impartió Simón Rodríguez; conocedor de ella por su amistad con Alexander von Humboldt y con Aimé Bonpland, Bolívar se preocupa tempranamente por el agotamiento de las aguas y de los bosques, y dicta decretos para incrementar el cauce de los ríos mediante la arborización y los canales, así como medidas para inventariar y estudiar las plantas útiles y medicinales  y  proteger y fomentar la cría de las llamas y de otras especies animales. En aquellos tiempos podía parecer la naturaleza inagotable; sólo una inteligencia profunda podía avizorar el riesgo de su destrucción y lo indispensable de las medidas para preservarla. La Humanidad ha de volver a la Naturaleza, como que la una no puede existir sin la otra; como que ambas son la misma cosa.

HONRADEZ.- Bolívar nace rico y sale del poder pobre. Aquellos que llegan al poder buscando provecho, no deben salir ricos: deben salir.

INMORTALIDAD.- El 3 de septiembre de 1817 Bolívar escribe desde Guayana al padre del mayor William Chamberlain, cuyo hijo había muerto en batalla: “Aquel que asegura su honor dedicando su vida al servicio de la humanidad, a la defensa de la justicia y al exterminio de la tiranía, adquiere una vida de inmortalidad al dejar el marco de materia que el hombre recibe de la naturaleza. Una muerte gloriosa triunfa sobre el tiempo y prolonga la sublime existencia hasta la más remota posteridad: el mayor Chamberlain ha obtenido ese favor del destino” (Guzmán T.2: 439-440).  Mas la inmortalidad no es un favor: su costo es sobrehumano y dura apenas unos cuantos de esos segundos que los mortales llaman siglos, según los calificó Bolívar en “Mi delirio sobre el Chimborazo”. Si la eternidad dura un instante, el instante puede ser eterno mediante su empleo acertado. Los segundos que transcurren para nuestros pueblos son los que nos legó Bolívar. La herencia hace al heredero, o lo destruye. Una generación se sacrificó por dejarnos esta herencia. Todas las venideras serán sacrificadas si no estamos a su altura.  Nuestro deber es merecerla.

Articulo: Luis Britto Garcia (2009) 
Fuentes: Diario Ojo pelao http://www.ojopelao.com
Blanco Fombona (comp.) (2007) Discursos y proclamas. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Guzmán Noguera, Ignacio de (comp.) (1983). El Pensamiento del Libertador. II Tomos. Caracas: Consejo Municipal de Caracas.
Lecuna, Vicente (Comp.) (1947).  Simón Bolívar: Obras Completas, III Tomos. La Habana: Editorial Lex.
Pérez Vila, Manuel (comp.) (1979) Doctrina del Libertador. Caracas: Editorial Ayacucho.

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