¿Tiene Israel un
derecho divino para el territorio que ocupa?
Muchos evangélicos — probablemente
la mayoría, por lo menos en los EUA — defienden desde la Biblia al actual estado
israelí. Por los mismos argumentos, rechazan los reclamos palestinos de una
parte del territorio que antes ocupaban. Estos evangélicos ven la formación del
estado israelí como un evidente cumplimiento profético, maravilloso e
impactante, y hasta una prueba de la veracidad de la Biblia. Es, para ellos,
también una señal de la pronta venida de Cristo.
En esa teología
sionista-evangélica, “Israel es el reloj de Dios”. En cuanto a este tema, hay
algo que me sorprende mucho. ningún pasaje del Nuevo Testamento enseña tal
cosa. Jesús profetizó la destrucción de la ciudad de Jerusalén por los romanos
(Mr 13; Lc 21; Mt 24), pero no procedió a anunciar la reconstrucción de esa
ciudad, mucho menos el establecimiento de un futuro estado israelí. Según la
versión en San Lucas, después de su destrucción “los gentiles pisotearán a
Jerusalén, hasta que se cumplan los tiempos señalados para ellos” (Lc 21:24), A
eso sigue, en los tres evangelios sinópticos, no un estado israelí sino el
retorno de Cristo. Eso me parecee muy significativo.
¿Cómo es posible que las
escrituras hebreas (Antiguo Testamento) dicen una cosa, y las escrituras
cristianas (Nuevo Testamento) digan otra cosa? Quiero hacer unos comentarios al
respecto, sin pretender agotar el tema y las evidencias al respecto. Son
numerosos los pasajes del AT que prometen tierra a Israel. A inicios de la
historia de la salvación, Dios llamá a Abraham a “la tierra que te mostraré”
(Gén 12:1,7) para formar ahí un pueblo como una nación grande (12:2; 18:18).
Los defensores
evangélicos del sionismo citan una larga cadena de textos muy explícitos: Yo te
daré a ti [Abram] y s tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca
tu mirada… Ve y recorre el país a lo largo y lo ancho, porque a ti lo daré.
(Gén 13:15,17; cf. 17:8; 48:3-4) Tú les prometiste [a Abraham, Isaac y Jacob]
que a sus descendientes les darías toda esta tierra como su herencia eterna.
(Ex 32:13) Tal como le prometí a Moisés. yo les entregaré a ustedes todo lugar
que toquen sus pies. Su territorio se extenderá desde el desierto hasta el
Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar
Mediterráneo, que se encuentra al oeste. (Jos 1:3-4; cf. Deut 11:24-25; cf.
34:4)
¿No fuiste tú
quien les dio para siempre esta tierra a los descendientes de tu amigo Abraham?
(2Cron 20:7; cf. Esd 9:12) Cf. entre muchos otros textos Isa 34:17; Jer 7:7;
25:5; Ezq 37:25; Joel 3:20 Siendo tan enfática y tan repetitiva esta enseñanza
de las escrituras hebreas. ¿cómo podemos explicar su ausencia en las escrituras
cristianas, aun cuando Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén? En los
tiempos del NT, toda la tierra de Israel estaba ocupada por el imperio romano.
Después de la caída de Roma, pasaron largos siglos, hasta el XX, sin existir
ningún estado israelí sobre la faz de la tierra. Si la promesa fue “para
siempre”. ¿cómo pueden caber tales paréntesis de muchos siglos en una promesa
supuestamente perpetua? El requisito primero e indispensable para entender el
AT es el de siempre interpretarlo en primer lugar dentro de su propio contexto
y sólo después en el contexto del NT o del Siglo XXI. Eso debe aplicarse a la
semántica de su lenguaje, la problemática a que responden sus afirmaciones, y
el contexto de cada pasaje.
Comencemos con un
detalle importante en cuanto al idioma hebreo. Aunque parezca extraño, el
idioma hebreo no contiene la palabra “siempre” en su vocabulario, ni mucho
menos la palabra “eterno”. Para esa idea empleaba mayormente la frase “por los
siglos” o “por los siglos de los siglos” o frases similares. La idea básica de
“siglo” (yoLaM en hebreo) es “un tiempo largo”, a menudo “pasado remoto” o
“futuro remoto”. Puede ser un período largo sin principio ni fin (“el Dios
sempiterno”, Deut 33.27), pero también largo con principio (desde pasado
remoto) o con fin (hasta un futuro remoto). La ocupación por Israel de
Palestina tuvo un principio y puede tener un fin, en lo que al adjetivo
“siempre” se refiere. Por eso, la palabra “siempre” o términos similares en las
promesas de tierra no significan necesariamente que dicha promesa constituye un
“título de propiedad” para el actual gobierno israelí.
Un pasaje
revelador para este tema está en Jeremías 31:
Vienen días —
afirma el Señor — en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la
tribu de Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados… ya que
ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo… Así dice el Señor, cuyo
nombre es el Señor Todopoderoso, quien estableció el sol para alumbrar el día,
y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar para que rujan
sus olas: Si alguna vez fallaran estas leyes — dice el Señor — entonces la
descendencia de Israel ya nunca más sería mi nación especial. — Así dice el
Señor — Si se pudieran medir los cielos en lo alto y en lo bajo explorar los
cimientos de la tierra, entonces yo rechazaría a la descendencia de Israel por
todo lo que ha hecho — afirma el Señor –. (Jer 31:31-32, 35-37)
Este pasaje
interpreta proféticamente dos pactos divinos. La primera promesa, en prosa,
anuncia un nuevo pacto de Dios con Israel, y específicamente con Judá. Éste
nuevo pacto, de carácter ético-espiritual, reemplazará al viejo pacto, anulado
por la desobediencia del pueblo. La segunda promesa, en verso, asegura, en los términos
más enfáticos, la existencia “eterna” de la nación judía, co-extensiva con la
duración del pacto de Dios con la creación (Gén 1;16; 9:8-13).
La primera
promesa, del nuevo pacto, se cumple muy explícitamente en la última cena del
Señor, cuando declara, “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre… que es
derramada por muchos para perdón de pecados” (1 Cor 11:25; Mat 26:28; Luc
22:20; Mat 26:28). Pero, ¡qué sorpresa!, Jeremías no hubiera reconocido este
cumplimiento de su profecía. Aquí no hay nada del pueblo de Israel ni de la
tribu de Judá, ni de escribir la ley en los corazones. Ahora el nuevo pacto
tiene un contenido totalmente diferente. Es un pacto en la sangre derramada del
Mesías, de lo que Jeremías no parece haber sabido nada. Es un pacto para la
remisión de pecados, algo medular al sentido de la muerte de Jesús pero ausente
en la promesa original de un nuevo pacto.
Es indispensable
— ¡estrictamente obligatorio!, ¡urgentemente imperativo! — interpretar a cada
pasaje del Antiguo Testamento en su contexto histórico, como mensaje profético
a sus contemporáneos y no primeramente a nosotros. Jeremías, como los demás
profetas en general, quiso comunicar a sus oyentes un mensaje de amonestación y
esperanza, de denuncia y anuncio. Si Jeremías hubiera dicho, por revelación
divina, “Dios hará un nuevo pacto a un nuevo pueblo, redimido por la sangre del
Mesías, y ese pacto se celebrará en algo nuevo que va a llamarse ‘iglesia’”, no
hubiera comunicado a sus contemporáneos el mensaje que ardía como fuego en sus
huesos.
Ni Jeremías ni ningún otro profeta hebreo tenían la menor idea de una
“segunda venida” del Mesías, largo tiempo después de su primera venida, ni de
una nueva comunidad que iba a llamarse “iglesia” a existir entre la primera y
la segunda venida. Si entendemos que la esencia de la profecía no era la
predicción futurista sino la exhortación y exigencia, entenderemos también que
anuncios de la futura existencia de la iglesia o de una segunda venida del
Mesías más bien hubiera bloqueado seriamente la comunicación del mensaje. Eran
verdades que en ese momento no hacían falta.
Básicamente lo mismo puede decirse
de Jer 31:35-37. En primer lugar, debemos tomar en cuenta que estos versículos
son una expresión poética, con alguna dosis de hipérbole, de la fidelidad de
Yahvéh para con su pueblo. E igual que el nuevo pacto, Dios lo ha cumplido pero
no como Jeremías lo entendía o lo esperaba. El NT describe la iglesia como
nación santa, tesoro especial, pueblo de reyes y sacerdotes, y otras
atribuciones del pueblo de Dios.
San Pablo afirma que los verdaderos hijos de
Abraham son los hijos de su fe, sean judíos o gentiles, y que los incircuncisos
con fe tienen la circuncisión del corazón. Con este nuevo “Israel de Dios” (Gál
6:16) el “Israel” se ha expandido y internacionalizado. A San Pablo, como fiel
judío hasta su muerte, le dolía profundamente la condición de su pueblo (Rom
9:2-5; 10:1). Apelando al concepto profético del “remanente”, Pablo afirma que
“Dios no rechazó a su pueblo, al que de antemano conoció” (Rom 11:1-2) y que
“luego todo Israel será salvo” (11:26). Así queda claro que Dios no ha
abandonado a Israel, y que la nación judía sigue presente ante él. Pero una
cosa es la nación y otra cosa es el estado. Durante la mayor parte del tiempo
después de Jesús, Israel ha sido una nación pero no ha tenido un estado ni ha
ocupado territorio.
La promesa de
Dios sigue fiel, pero en ningún pasaje del NT esa fidelidad de Dios incluye un
estado político y un territorio geográfico, ni mucho menos un ejército armado
hasta los dientes. Eso es impresionante porque en la época del NT Israel era
colonia de Roma, y otros movimientos sí anunciaban la restitución de un gobierno
judío. La actitud hacia el judaísmo en el NT parece ser ambivalente. Juan de
Patmos, autor del Apocalipsis, era también judío de nacimiento, palestinense de
origen, pero tenía otra actitud. Describe a los judíos de Esmirna y los de
Filadelfia como “sinagoga de Satanás”, aparentemente por su colaboración con el
satánico imperio romano y por haber delatado a los cristianos ante las
autoridades romanos. El mismo Jesús, en su polémica contra los poderosos
líderes judíos, exclamó, “Por eso les digo que el reino de Dios se les quitará
a ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los frutos del reino” (Mat
21:43).
Conclusión:
Los cristianos/as
debemos interpretar los textos del AT dentro de su propio contexto original y
la semántica de su lenguaje (como p.ej. el término “siempre”), y después buscar
su reinterpretación en el NT, a la luz de la venida del Mesías, su segunda
venida y el nacimiento de la iglesia.`Bien analizado, ni el AT da base para un
derecho divino de Israel a determinado territorio hoy, ni mucho menos la da el
NT. Ese error sólo entorpece el análisis del problema entre los israelíes y los
palestinos. Ese conflicto debe analizarse, como cualquier otro conflicto
político, por los mismos factores históricos, sociales, económicos y éticos, en
términos de justicia y promoción de la vida.
Artículo: Juan Stam
Fuente: wordpress.com